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En la sexta década del siglo XIX se hizo muy popular en las plazas de toros un espectáculo bastante inadecuado e insensato en el cual una gran elefante llamada con el masculino nombre de Pizarro se enfrentaba a varios toros bravos. Por aquel entonces existía en Madrid un concurrido parque de atracciones que estaba situado junto al Retiro, entre Alcalá y Jorge Juan. Este parque, llamado de los Campos Elíseos, tuvo a bien contratar los servicios de la elefante.
Llegó el día del espectáculo. El coso taurino de los Campos Elíseos estaba a rebosar de un público vociferante que ansiaba divertirse con la bárbara contienda.
El caso es que aquel día, la elefante se hartó del estúpido espectáculo y se negó a luchar con los toros. Los astados hicieron lo propio: sabedores de que si se acercaban a la elefante tendrían las de perder, se dedicaron a pasear tranquilamente.
La función fue un completo desastre; pero los empresarios habían pagado un buen dinero por el paquidermo y no podían despedirle así como así.
Finalmente, en vista de que Pizarro rechazaba los juegos violentos, le enseñaron a descorchar botellas de vino con la trompa y a beberse el contenido, cosa que provocaba grandes carcajadas en los espectadores.

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Y ya sabemos lo que tiene el alcohol, a medida que se fue aficionando al vino, la elefante se volvió más y más irritable y geniuda. Un día en que no le quisieron dar su ración de vino, Pizarro abrió de un trompazo la puerta de su establo, se fue a la bodega y se bebió una detrás de otra todas las botellas que encontró. Con una «trompa» monumental, la elefante decidió salir de marcha y tras arrancar de cuajo todos los obstáculos que halló en su camino, se fue de marcha por la calle de Velázquez.
Ya sabemos que el vino abre el apetito, y si uno es un elefante, pues más apetito aún.
Pizarro olió el exquisito aroma de una panadería donde cocían el pan a la usanza tradicional y para allá que se fue, entrando como elefante en panadería (que es algo parecido a entrar en una cacharrería, aunque quizás un poco menos estruendoso)
La elefante se zampó todos los panes que el tahonero acababa de sacar del horno y se fue sin pagar la cuenta, suponiendo que allí le fiarían.
No había andado muchos pasos cuando un fuerte dolor de barriga le hizo caer al suelo.
Y es que como bien dice el refrán «pan caliente nunca hizo buen vientre»
Allí la recogieron sus dueños, quienes, viendo que no lograban hacer carrera de ella, la cedieron a la Casa de Fieras del Retiro.
Pizarro vivió tres años en el Zoo del parque del Retiro, muriendo en 1873 a causa de una triste gamberrada.
El caso es que los siguientes elefantes y elefantas del Retiro siguieron llamándose Pizarro durante muchos años, aunque también hubo una que se llamó Julia, y otro llamado Perico.