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Tabernita entrañable donde las haya es Bodegas Ricla, en la calle de Cuchilleros nº 6. Se fundó en 1910. El nombre rememora el pueblo aragonés del que procedían los fundadores.
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La familia Lage atiende esta taberna llena de autenticidad. La madre, Ana María, es el alma culinaria del lugar. A ella no le basta con servir cualquier cosilla, como en otros lugares de la zona, sino que se toma sus buenas cinco horas para preparar los callos. Dice Ana que a la taberna se acercan más viajeros que turistas, porque el turista siempre se quiere sentar. Emilio, uno de los hijos, tiene clara la naturaleza de su taberna: «No te puedes vender y poner una tele o una máquina de café. Hay que ser fiel a la esencia del local». Y tiene razón, porque la taberna madrileña es un sitio pequeño, familiar, donde se puede charlar amigablemente con todo el mundo.
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Se cuenta que durante la guerra civil, los vecinos usaban la cueva como refugio, y al término de la contienda se reformó el local.
Se conservan las pequeñas tinajas donde se servía el vino, recios y aromáticos tintos de Navalcarnero y de Extremadura que se guardaban en las tinajas, hasta que, en el año 2000, se prohibió la venta de vino a granel.
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También se mantiene la saturadora de seltz, esa bombona plateada que servía para fabricar el agua con gas.
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Y unos barrilitos para el vino dulce.
Entre las tapas destacan los boquerones en vinagre, las anchoas, la cecina, los callos, los judiones y las rebanadas de pan con bacalao en aceite. Cañas bien tiradas y buen vermú de grifo.
Del libro «Tabernas y tapas en Madrid» Ediciones La Librería.
Fotografías: José Luis Fatás.