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A comienzos de los años setenta, un grupo de falangistas entraron en la Universidad Complutense armados con bates de béisbol y otros objetos contundentes, dispuestos a reventar un mitin de la izquierda.
Allí se lió una batalla campal entre los agresores y los participantes en el mitin.
En un momento dado, uno de los falangistas asaltantes iba a descargar su bate de béisbol sobre una joven.
La joven, perteneciente a la Liga Comunista Revolucionaria, gritó aterrorizada ante lo que se le venía encima; pero el bate de béisbol no llegó a impactar en su cabeza.
Otro joven del grupo asaltante había sujetado a tiempo el brazo del agresor.
El joven cogió a la chica del brazo y la sacó del escenario de la batalla.
Al rato, el falangista y la comunista caminaban por las arboledas del cercano parque del Oeste.
Tras un largo paseo en el que hablaron de su vida, de sus ilusiones, de todas las cosas que pese a sus diferencias ideológicas ambos tenían en común.
El sol se ponía y ambos se sentaron en la hierba a contemplar el crepúsculo.
Al rato, los jóvenes se miraron y comenzaron a besarse.
No sé los nombres de los jóvenes ni qué sucedió después. Esta historia me la contaron dos mujeres que estudiaban en aquellas fechas en la Complutense.