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La iglesia madrileña de San Antón, en la calle de Hortaleza, guarda los restos mortales de San Valentín.
Cuando uno contempla la vitrina donde se hallan el esqueleto del santo no puede por menos que sentir un escalofrío.
Esa calavera y esos dos huesos más bien parecen ser los de un pirata, o al menos siempre nos han mostrado la calavera y las tibias como propias de corsarios. Pero no, no es un malvado pirata, sino un buenazo, el patrón de los enamorados, por más señas, y si uno se fija bien, hasta parece que la calavera nos sonríe con sonrisa pánfila, con esa sonrisa característica de los enamorados.
Demasiados huesos para un solo santo
El caso es que, aparte del esqueleto que conservamos en Madrid, regalo al parecer del Papa al rey Carlos IV, existen otras ciudades en España y en Europa que también guardan reliquias de este mismo santo: como la Colegiata de Toro, También hay huesos en Calatayud y en Tobed, en Dublín, en Roma (San Cosmedin), y además tenemos otro esqueleto completo en Terni (Italia)
De pertenecer todos ellos a San Valentín, tenemos que colegir que era un santo tricéfalo, decápodo y con tantos brazos como una diosa hindú.
¿Por qué consideramos a San Valentín patrón de los enamorados?
La tradición dice San Valentín murió mártir por casar a jóvenes romanos incumpliendo las órdenes de Claudio II. Al enterarse de que el sacerdote celebraba bodas en secreto, el emperador ordenó decapitarlo. No podemos ni imaginar el pasmo del verdugo cuando le trajeron para decapitar a un santo con tantas cabezas. A buen seguro que aquel día se plantó y pidió aumento de sueldo.
Valentín murió decapitado un 14 de febrero del siglo III, hacia el año 270.
Se dice que vivió a 100 kilómetros de Roma, y que el Papa San Feliciano le consagró primer obispo de Terni tras tener noticia de sus milagros. Según cuenta la leyenda, fue el primer religioso que celebró la unión entre un legionario pagano y una joven cristiana.
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¿Y desde cuando celebramos el día de los enamorados?
Los madrileños de otros tiempos no teníamos ni puñetera idea de que San Valentín fuera el patrón de los enamorados, y a nadie se le ocurría regalar nada a nadie en este día.
Fue a mediados del siglo XX cuando Galerías Preciados y luego El Corte Inglés, establecieron
la costumbre de celebrar San Valentín con un regalito, a ser posible de los caros.
La estrategia era perfecta: A mediados de febrero nadie vendía nada, ya que las rebajas de enero no se podían estirar como el chicle. Regalar a la enamorada o el enamorado fue la manera de hacer una caja sustanciosa en el gélido mes febrero.
Y ya puestos…
¡Qué le vamos a hacer! Cualquier ocasión de celebrar y regalar es buena, así que:
se non e vero, e ben trovato…
¡Feliz San Valentín!
¡Que gran sorpresa! me imagino al verdugado al recibir al obispo "Trimitrado" con sus tres báculos. Me imagino a San Valentin, en las bendiciones, manejando a diesto y siniestro cuan molinillo los hisopos, sería recomendable ir con paraguas.
Carlos muy graciosa la historia.
Ja, ja, ja…gracias Paco.