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Pasear y pensar

Por Carlos García Gual
Andar no es un deporte pero puede ser una filosofía. De los románticos a los surrealistas pasando por Thoreau, varios libros celebran la libertad de caminar
 «Andar no es un deporte». En efecto, caminar con buen paso y mirada despejada, al gusto de uno mismo, no es un deporte, sino algo mucho más noble: un placer y una muestra de libertad, una invitación a dejar vagar las ideas, disfrutando de la marcha y la soledad —o con discreta compañía—, cruzando paisajes muy diversos, dejando al pensamiento vagar y evocar mil ideas, lejos de los mil ruidos. Andar y andar los caminos es saludable para la salud, la del cuerpo, y sobre todo la mental.
El conocido título de J.J, Rousseau Las ensoñaciones del paseante solitario evoca bien el atractivo de ese pasear en andanzas sin rumbo. Gozar del paisaje es un atractivo más, que se añade al placer del paseante o caminante.
La evocación de los andarines ejemplares que hicieron de sus paseos y caminos un estímulo a la reflexión y la fantasía —ya sea filosófica, poética o literaria— es el eje del zigzagueante recorrido del ensayo de Javier Mina. El título El dilema de Proust alude a que el paseante debe elegir un rumbo. A lo que Mina nos invita es a recorrer una galería de retratos rápidos de paseantes ilustres de todos los tiempos, desde los peripatéticos griegos a los viajeros románticos, y después, ya más próximos e irónicos, a paseantes como el protagonista del Ulises de Joyce, y a los surrealistas y dadaístas en París. En contraste con esos rastreos de paisajes cercanos, Thoreau ensalza, en los dos ensayos aquí reunidos: ‘Un paseo invernal’ y ‘Caminar’, sus caminatas por los grandes bosques y praderas de su América nórdica y salvaje. Escribe con entusiasmo evangélico del gozo de sus andanzas solitarias por impresionantes parajes, desafiando altas nieves y lagos helados, enfrentado al gran silencio y observando animales y árboles, firme en sus ideas acerca de la felicidad: «Todo lo bueno es salvaje y libre». La exaltación de esas excursiones por grandes espacios naturales y selváticos encuentra en Thoreau su mejor exponente. Mucho antes, desde luego, otros grandes escritores románticos, como Chateaubriand y Saint-Pierre, habían elogiado los escenarios salvajes de América y África, pero Thoreau refleja más el gozo de su propia vivencia. Sin excursión a horizontes tan lejanos, resulta oportuno recordar a un precursor de esos elogios del caminar sin rumbo, más por jardines que bosques, que podemos leer en una clara y reciente traducción. Karl Gottlieb Schelle escribió El arte de pasear en 1802, un ensayo amable y sugerente, que con gusto neoclásico y romántico sostiene la misma tesis: caminar invita a pensar e imaginar con frescor, temple airoso y libertad. Todos esos libros son convincentes. Salgamos a pasear o a caminar, pensando, solos y en silencio, y dejemos el deporte para otros.
Andar: Una filosofía. Frédéric Gros. Traducción de Isabel González-Gallarza. Taurus, Madrid, 2014. 248 páginas. 19 euros.
El dilema de Proust o El paseo de los sabios. Javier Mina. Berenice. Córdoba, 2014. 350 páginas. 21,95 euros.
Un paseo invernal. Henry David Thoreau. Traducción de Marcos Nava. Errata Naturae. Madrid, 2014. 120 páginas. 14,90 euros.
El arte de pasear. Karl Gottlob Schelle. Traducción de Isabel Hernández. Díaz-Pons. Madrid, 2014. 190 páginas. 17 euros.

(Fragmentos del artículo de Carlos García Gual, publicado en El País)