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A finales del siglo XVI, en el actual barrio Malasaña, antes llamado de Maravillas, había una puebla, es decir, una quinta que pertenecía a don Juan de la Victoria Bracamonte, anciano caballero de ilustre cuna y buen cristiano.
Vivía este buen hombre con sus nietas, conocidas como Las Victorias, las cuales habían quedado encomendadas a su custodia tras haber muerto los padres.
El abuelo, sabiendo que un día faltaría y que las chicas se quedarían solas, quiso prepararlas para que se valieran y defendieran por sí mismas.
Así pues, les enseñó a manejar la espada y a montar a caballo.
Como estas actividades, la esgrima y el montar a caballo, estaban vetadas para las mujeres, hubo toda clase de críticas y muchas familias nobles les retiraron el saludo.
Murió el viejo y comenzó a venir por allí un conocido galán: el Caballero de Gracia, que con cualquier pretexto se acercaba tratando de galantear con las bellas jóvenes.
Cuando las chicas averiguaron sus verdaderas intenciones, le pidieron que ahuecara el ala; pero él no admitía un no por respuesta y volvía una y otra vez trayéndoles toda clase de regalos.
Hartas del plomizo galán, idearon una estrategia para que les dejase en paz.
Se disfrazaron de hombres, con largas capas y anchos sombreros, y esperaron al cansino caballero. Cuando llegó Jacobo de Grattis, las jóvenes sacaron sus espadas. El caballero, que era muy buen espadachín, les hizo frente, pero estas le derribaron. Una de ellas, Leonor, le puso el pie encima del pecho, mientras se quitaba el sombrero y dejaba ver su larga cabellera, diciendo:
“Avergonzaos, caballero, ya podéis decir por ahí que os han vencido las Victorias”