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En Mejorada del Campo, un pueblo cuyos huertos riega el río Jarama, situado al este de Madrid, un hombre sencillo, un albañil con vocación de monje, dedicó su vida a construir, con sus propias manos y prácticamente en solitario, una catedral.
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Es una obra ecléctica, inclasificable, hecha con humildes ladrillos y cemento armado, poética en su irracional y desmedida búsqueda de lo divino y lo profundo.

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Justo Gallego, hombre frágil y menudo, dedicó 55 de sus 91 años a construir esta iglesia. Sólo, ante la indiferencia y a veces el desprecio de la mayoría de sus conciudadanos, Justo se ha dejado la piel en la obra de su vida. Para algunos es un loco, para otros un iluminado, para los más un hombre extravagante.
Le pregunto cómo empezó todo. Me contesta que tuvo la suerte de heredar unos terrenos. Vendió la mitad de ellos y en la otra parte trazó la planta de su obra soñada. Desde entonces ha trabajado sin descanso, como una hormiga, y cuesta creer que esta mole impresionante la haya levantado un solo hombre.
Me dice que hoy ya tiene dos ayudantes, y que viven de los donativos que gente particular les envía desde todas las partes del mundo.

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Algunos artistas han donado obras para decorar el templo, y quizás con el tiempo, algún otro visionario termine la obra inacabada. Aunque, quien sabe, tal vez la singularidad de esta catedral esté en su estado actual y en su olor a cemento fresco.

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De todas las partes del mundo ha venido gente a conocer la obra de Justo.

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Alguien dijo que el tiempo de las catedrales ya ha pasado, pero Justo demostró que no es así, que basta la ilusión de un hombre para lograrlo.
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Fotos: Carlos Osorio.