Foto: Ramón Rubio Moreno.
Cibeles, la diosa a quien Apolo encomendó la protección de Madrid, tiene el porte arrogante de una antigua diosa, pero su cara refleja melancolía.
Carlos III encargó a Ventura Rodríguez el diseño de esta fuente, y fue Francisco Gutiérrez el encargado de esculpir a la diosa.
Cibeles, diosa de la Madre Tierra, de la fertilidad del campo, de las montañas y los animales, ha vivido por y para su sagrada misión, pero por alguna razón nunca sonríe.
Podría deberse a que no tuvo suerte en el amor.
Cibeles se enamoró locamente del joven Atis, pero este eligió a otra mujer para casarse.
Furiosa, la diosa privó a Atis de la razón, y este, enloquecido, se cortó sus órganos genitales muriendo desangrado.
Cibeles no quiso que desapareciera su amado, y le convirtió en pino, siendo desde entonces el dios de los bosques.
Los dioses mitológicos tienen en común la capacidad de lograr los prodigios y las hazañas más increíbles, pero casi nunca logran tener una vida sentimental razonablemente feliz.
A finales del siglo XIX, durante un frío invierno, un madrileño llamado Felipe Ducazcal se subió a la estatua de la diosa, la arropó con su capa y le dio un beso.
No fue el único episodio de este tipo, pues en varias ocasiones algunos madrileños le han protegido del frío con su capa, su abrigo o su bufanda.
Dicen que en esas ocasiones parecía que la diosa sonreía levemente.
Como también afirman que La Cibeles sonríe con los éxitos de un determinado equipo futbolístico.
¿Será verdad?
Nunca había puesto cara a la Cibeles. A partir de ahora la miraré de otra manera.
¡Buen día!