Las fiestas populares han ido degenerando hasta convertirse en una mera excusa para hacer ruido y beber alcohol.

Este año, con el coronavirus, habrá muy pocas fiestas de verano. Es un buen momento para reflexionar: ¿En qué se han convertido las fiestas populares?

En las fiestas de los siglos pasados se realizaban todo tipo de actividades para crear bienestar colectivo, unión entre los miembros de una comunidad, diversión y comunicación tras el duro trabajo de meses.

Hoy la fiesta se ha convertido en una aglomeración de gentes inactivas, pasivas y alienadas que soportan una música ensordecedora que impide cualquier  comunicación entre seres humanos, y son una excusa para ingerir grandes cantidades de alcohol. El triste panorama de las actuales fiestas queda evidenciado por lo que queda de ellas cuando (felizmente) se terminan: basuras por todas partes, meadas, vomitonas, pintadas, mobiliario urbano dañado, vecinos hartos de no poder dormir, etc.

Vale la pena recordar que en otros tiempos las gentes disfrutaban de la música, bailaban solos o en pareja, cantaban, merendaban, hacían concursos, jugaban a juegos de ingenio o de relación social, había competiciones deportivas, disfraces, versos, actividades para los niños, había caminatas y romerías, había degustación de productos locales, etc.

Hoy se impone la ley del más tonto. El tonto no soporta la inteligencia. No le gusta que haya conversación, por eso necesita la música a todo volumen (a él no le gusta la música, sino el ruido). El tonto no sabe bailar ni quiere aprender, por eso aborrece el baile. El tonto no quiere juegos, ni competiciones, ni habilidades sociales: quiere ruido y alcohol para disimular su estupidez.

¿Vamos a seguir mucho tiempo con la ley del más tonto?

 

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