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Dijo este señor, Adolf Loos, que la decoración y el ornamento de los edificios es un delito.

La cosa no hubiera pasado de una frase propia de un mal momento, de no ser porque la mayoría de las escuelas de arquitectura del mundo lo tomaron como un dogma de fe. De ese modo, la mayor parte de lo que se ha construido en las últimas décadas se ha hecho sin preocuparse por la belleza. Y así nos va.

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Se nos dijo que la belleza era cosa de burgueses, pero nadie le preguntó su opinión a los obreros que tenían que habitar esas casas desprovistas de belleza. No estaría de más que les preguntaran a los vecinos de estas casas «sin ornamentos» «sin belleza» si echan o no echan de menos alguna brizna de encanto o de belleza en ellas. No estaría de más revisar si puede ser posible crear belleza en la arquitectura contemporánea.

Ya va siendo hora hora de empezar a hacerse estas preguntas.

El ornamento no es un delito. El delito es la ausencia de belleza.