Siempre me han parecido peligrosos los independentismos porque son territorios donde gobierna la pasión y se arrincona a la razón.
Siempre he pensado que es una suerte vivir en Madrid, una ciudad abierta donde no hay que demostrar a todas horas un pedigrí y donde cualquiera puede ser madrileño. Eso enriquece y da vida a esta ciudad.
Sin embargo, no soy chauvinista, no creo que mi ciudad sea la mejor, ni pienso que sea mejor que otras. Por poner un ejemplo, no me parece más interesante Madrid que Barcelona.
Me gusta conocer otras ciudades, otros territorios. Siempre he tenido un gran interés y un gran respeto por la lengua y la cultura de los pueblos, aunque no comparta las ensoñaciones nacionalistas de algunos.
Me gusta Cataluña, me gusta la gente de esta tierra, tengo a muchos pintores catalanes entre mis favoritos (Ramón Casas, Joaquim Mir…) y cada día me sorprendo más con la exquisita gastronomía de esta tierra.
Pero me van a permitir que dude de la propuesta independentista como algo positivo.
Basta dar un repaso a la historia reciente para ver que los recientes independentismos, allá donde han triunfado, han creado en general más problemas de los que había anteriormente.
Basta conocer la trayectoria de la mayoría de los países que se han creado en el mundo en las últimas décadas para entender por qué digo lo que digo. Pongo como ejemplo las nuevas repúblicas ex-soviéticas: desde la independencia, prácticamente todas ellas han perdido población y han perdido riqueza.
En el caso del independentismo en Cataluña, aunque no es mayoritario ni creo que lo llegue a ser, me preocupa la labor de algunos dirigentes nacionalistas que desde el poder local se han dedicado a inculcar a las nuevas generaciones un odio soterrado y una visión tergiversada de la historia de España. 
Visitar el Museo Nacional de Historia de Cataluña, en Barcelona, es quedarse asombrado ante la desfachatez con que se puede llegar a manipular la historia
Ni Felipe IV, ni Felipe V, ni Franco fueron  peores con los catalanes que con el resto de los españoles, salvo episodios muy concretos.
Claro que, ¿qué se puede esperar de una clase política tan mediocre como la que gobierna hoy en Cataluña?
Cuando pienso que esos «patriotas» que presuntamente cobran comisiones y tienen cuentas en Suiza, y esos socios de gobierno que impiden con sus votos que se investiguen los casos de corrupción son los que pretenden liderar el camino hacia la independencia, me echo a temblar.
No solo por el destino de los catalanes, a quienes verdaderamente aprecio, sino porque tras la posible ruina de Cataluña vendría detrás la ruina de España.
Un país que es de los más viejos del mundo, con 500 años de historia común, no se puede deshacer así como así, por el capricho de unos caciques iluminados.
El camino reduccionista siempre lleva a perder.
El camino de sumar gentes y aunar esfuerzos es el que lleva a ganar.
Permítanme que brinde con cava catalán por la prosperidad de Cataluña y de Espanya.