Los Centros Culturales de barrio, creados en época del
alcalde Tierno Galván, fueron un intento de crear tejido social y de poner la
cultura al alcance de todos. Más allá de su oferta cultural, que es importante, la principal misión de estos centros es hacer que los vecinos de un barrio se conozcan y convivan, en un mundo que tiende a aislar a los individuos.
En la mayoría de estos centros la gestión cultural se
externalizó ofreciéndose a contratas privadas que se encargan de las diferentes
clases y actividades. Al privatizarlos se nos aseguró que se iba a mejorar la calidad y la rentabilidad, ya vemos que no está siendo así.
En estos últimos años, la política municipal se ha centrado
en la contínua reducción del presupuesto económico de dichos centros. Cada año
se busca una nueva contrata más barata que la anterior, con lo cual la calidad
de la enseñanza va bajando hasta más allá de lo razonable. Se baja la calidad y se suben los precios (un 40% este curso), que es lo que se suele hacer cuando se quiere que algo se vaya al garete. De seguir así, los
centros quedarán vacíos de contenido y muy pocos madrileños tendrán interés en
acudir a sus actividades. Otro tanto ocurre en las escuelas municipales de música, que de tanto subir el precio se han vuelto más caras que las propias escuelas privadas. Como ciudadanos, tenemos el derecho a exigir una
mínima calidad en las actividades culturales de estos centros. Es necesario que los centros culturales vuelvan a ser un lugar de encuentro y convivencia, para que se abran a las
necesidades de los barrios y puedan ser utilizados por colectivos,
asociaciones, colegios, y por los vecinos en general. Ha costado mucho esfuerzo
crear y consolidar los Centros Culturales y resulta indignante la política de
dejarlos morir lentamente.