El único fallo de este restaurante es que está un poquito lejos de Madrid, en Villavieja del Lozoya. Por lo demás es un lugar digno de una parada. El viajero inquieto y andariego podrá darse unos buenos paseos por Buitrago o por los pueblos del valle del Lozoya y luego por esas carreterillas serpenteantes llegar a Villavieja donde, en lo más alto del pueblo, se halla esta joyita serrana.
En primavera no hay que perderse las verduras que se cultivan en la zona, así como las setas de los bosques cercanos. Para los carnívoros, el rabo de toro con dos salsas es algo indescriptible, y el jarrete no le va a la zaga. El problema llega a los postres: son tan extraordinarios que cuesta trabajo elegir (aunque si hubiere alguno hecho con frutas del bosque, atrápelo usted cuanto antes)
El trato es amable y familiar. No en vano, Juan José Cano y María José Mendoza son gente franca y competente a los que no les gusta darse importancia, pero la tienen, y mucha.