.

La escultura realista del cambio de siglo XIX al XX: la gran olvidada

La época comprendida entre el último tercio del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, desde la Restauración Alfonsina, hasta la Guerra Civil, es uno de los mejores momentos de la historia de la escultura española. Este período se caracteriza por un realismo muy veraz, despojado del academicismo que idealizaba la estatuaria de los dos primeros tercios del XIX. Es la época de los grandes genios de la escultura contemporánea, muchos de los cuales trabajaron o vivieron en Madrid: Mariano Benlliure, Aniceto Marinas, Miguel Blay, Agustín Querol, etc. Todos ellos van a colaborar en la decoración de los mejores edificios madrileños, revestidos de figuras alegóricas y mitológicas, y en la creación de los conjuntos escultóricos que engalanan las plazas y los parques de Madrid.
.

Agustín Querol trabajando en el proyecto del frontón de la Biblioteca Nacional. 

.

Lamentablemente, este gran momento de nuestra escultura ha sido intencionadamente olvidado por la historiografía y la crítica del arte. Pocas veces un movimiento artístico de primer nivel ha sido ninguneado de una forma tan escandalosa como la escultura realista del cambio de siglo. Hasta la fecha no existen libros, tratados o tesis que traten de forma monográfica este período. En toda la carrera de Historia del Arte (al menos en la UNED) no se menciona, ni siquiera de pasada, esta gran época. Ya conocemos la tendencia, tan española, de ningunear a nuestros genios y ensalzar todo lo que hacen en otros países. Pero creo que va siendo hora de rescatar del olvido al extraordinario realismo escultórico español.
.
Aniceto Marinas en su taller
.
A comienzos del siglo XX, en Madrid se estaba desarrollando con inusitada fuerza un movimiento escultórico deslumbrante: el movimiento realista, cuya máxima expresión fue el monumento a Alfonso XII, en El Retiro. Por aquellas fechas, Marcel Duchamp daba a conocer su obra: «la fuente», consistente en un urinario colocado al revés. Por su parte, Pablo Picasso pintaba «Las señoritas de la calle de Aviñón», inaugurando el movimiento cubista. Pues bien, toda la crítica de arte se volcó hacia estos nuevos movimientos, a los que se irán sumando, año a año, decenas de estilos nuevos, y se olvidaron por completo del realismo. Bueno, a decir verdad, algún crítico no se olvidó, sino que lanzó comentarios despectivos sobre un arte que consideraba decadente y anticuado. Hace falta ser corto de miras y corto de entendederas para decir una cosa así. El realismo escultórico no era, ni mucho menos, una mera repetición de la escultura clásica. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, y si esos críticos hubieran tenido suficiente profesionalidad para mirar con detenimiento las nuevas esculturas de Benlliure, Blay, Marinas o Querol, se habrían dado cuenta de que no imitaban ningún tiempo pasado, sino que aportaban un aire nuevo a la escultura. La grandeza del realismo del cambio de siglo fue que incorporaron a su hacer artístico lo mejor de la escultura de todos los tiempos, y partiendo de la tradición, crearon un lenguaje nuevo en el que la escultura se llenaba de naturalidad, de humanidad, de expresividad, de carácter y de psicología.
.
La Libertad. Obra de Aniceto Marinas
.
El realismo se interesa vivamente por la realidad circundante, siendo la naturaleza la que inspira al escultor. Se considera que el movimiento comienza en Francia con Jean Baptiste Carpeaux. Carpeaux rompe con el clasicismo academicista buscando la veracidad, tratando de captar el movimiento y queriendo rescatar la gracia del rococó francés. Carpeaux, junto con Auguste Rodin y Aristide Maillol serán los grandes transformadores de la escultura realista. Dos seguidores de Auguste Rodin, partiendo del impresionismo de su maestro, quieren ahondar en el humanismo y se decantan por el realismo, son el francés Antonio Bourdelle y el catalán Josep Llimona, que a su vez evoluciona hacia el modernismo.
.
.
En Madrid, el realismo escultórico va evolucionando con el tiempo. En el último tercio del XIX todavía existen algunos ecos del romanticismo, y en el primer tercio del XX hay ciertas influencias del modernismo. Uno de los primeros hitos del realismo madrileño es la estatua del Ángel Caído, realizada por Ricardo Bellver en 1878. En ella se combinan una fuerte expresividad y un gran naturalismo sin excesivos detalles. Mariano Benlliure domina el máximo realismo incorporando matices impresionistas.
 En la capital tenemos algunas de las mejores obras de Benlliure como son los monumentos de Martínez Campos, Emilio Castelar, Francisco de Goya, el teniente Ruiz y el sepulcro de José Canalejas. A Agustín Querol se deben algunos de los conjuntos escultóricos más impactantes de Madrid, como el frontón de la Biblioteca Nacional, o los sepulcros de Antonio Cánovas del Castillo, en el Panteón de Ilustres, y el de Luisa Sancho Mata, en el cementerio de San Isidro.
De Aniceto Marinas son las estatuas de Velázquez, frente al Museo del Prado, la dedicada al Pueblo del 2 de Mayo, en Ferraz, el grupo escultórico de La Libertad, en el monumento a Alfonso XII del Retiro, y la estatua de Cascorro, en el Rastro. Miguel Blay hizo el grupo escultórico de la Paz en el monumento a Alfonso XII, y tiene varias esculturas en el Museo del Prado. En este museo se halla el Cristo yacente de Agapito Vallmitjana, obra cumbre del arte religioso del siglo XIX. Miguel Ángel Trilles creó el grupo escultórico de El Progreso, en el monumento a Alfonso XII. Jerónimo Suñol hizo el mausoleo de O´Donnell y la estatua del marqués de Salamanca. Lorenzo Coullaut Valera nos dejó el monumento a Cervantes en la Plaza de España y el monumento a Ramón de Campoamor en el parque del Retiro. Mateo Inurria depuró el realismo despojándolo del exceso de detalles y abrió el camino a la escultura de la segunda mitad del siglo XX.
.
La industria, obra de Josep Clarà. 
.
De esta gran época del realismo hay que resaltar la importante conexión entre Madrid y Cataluña. Madrid le está muy agradecido a los escultores realistas catalanes por la cantidad y la calidad de las obras que realizaron en la capital. A los mencionados Agustín Querol, Miguel Blay, Jerónimo Suñol, y Agapito Vallmitjana, hemos de añadir a Eusebi Arnau, Pedro Estany, Josep Clarà, Lambert Escaler, Manuel Fuxà y Josep Montserrat. Varios de ellos como Blay, Estany, Clarà, Fuxà, Montserrat y Vallmitjana, participaron en el monumento a Alfonso XII del Retiro. Arnau estuvo presente en la decoración del Casino madrileño y Escaler en la del edificio de la Unión y el Fénix.
También fue importante la contribución de los artistas italianos al embellecimiento de los cementerios históricos madrileños. Algunos son relativamente conocidos como Giulio Monteverde, Benedetto Civiletti y Adamo Tadolini, pero otros siguen pendientes de que alguien, algún día, los saque del pozo del olvido. Nos referimos a los talleres escultóricos de Faustino Nicoli, Arturo Luchetti, Magnani, o Galeotti.
.
.
Escrito por Carlos Osorio García de Oteyza
Capítulo incluido en el libro: