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Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, hijo de los condes de Oñate, fue un caballero del siglo XVII que tuvo una vida novelesca, encarnando el prototipo del don Juan. Diestro en los torneos, en los juegos de varas, en los juegos de naipes, poeta, dramaturgo, seductor empedernido. Se convirtió en el personaje de moda en la España de Felipe IV. De haber existido la prensa rosa en aquella época, hubiera sido portada semana tras semana. El poeta Antonio Hurtado de Mendoza le dedicó estos versos:

«Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente… / más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo / sus trajes bordados de oro… / Muy diestro en rejonear, / muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar. / Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera.»

Villamediana arruinó a muchos nobles en el juego de las cartas y a otros los puso en solfa o los vilipendió. Fue especialmente duro con los sospechosos de corrupción.

Nombrado gentilhombre por Felipe III pudo iniciar sus conquistas en la corte, y una de las primeras conocidas fue con el aya del futuro rey Felipe IV, mayor que él, relación tormentosa, él le llega a abofetear en un teatro. El joven rey Felipe IV lo admiraba, Con sólo 14 años dijo que quería ser como él, y ambos competían por ver quién seducía a más y más mujeres. Se sabe que tuvo amores con Marfisa, una dama de la reina y amante del rey. En sus versos nombraba a Francelisa, apodo creado al parecer para la reina Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV. La leyenda dice que apareció en una fiesta con un collar de reales y un cartelito: son mis amores. En el estreno de una de sus obras de teatro, en Aranjuez, se quemó el escenario y él se ocupó de coger a la reina en brazos y sacarla de allí. Se dijo que que él mismo lo quemó, con el único objeto de coger a la reina en brazos y de paso poder poner sus manos en el regio trasero. En una corrida, juego de cañas, en la plaza mayor, picó a un toro. Dijo la reina: “Qué bien pica el Conde” y el rey contestó: “Pica bien, pero pica muy alto”.

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Un anochecer de Agosto, el 21 de agosto de 1622, el conde de Villamediana, acompañado de Luis de Haro, paseaba en su carroza por la calle Mayor, en cuyo número 4 tenía su palacio. A punto de llegar a su casa, a la altura de la travesía del Arenal, un hombre con la cara tapada se acercó al coche y por la ventanilla disparó un ballestazo al conde y salió corriendo. Le llevaron a la puerta de su casa, pero en unos minutos el conde había muerto.

Las sospechas de la autoría del crimen involucraban al propio rey. De hecho Góngora escribió sobre el asunto unos famosos versos:

«Mentidero de Madrid,/ decidnos: ¿Quién mató al Conde?/ Ni se sabe ni se esconde:/ Sin discurso discurrid./ -Dicen que le mató el Cid/ por ser el Conde Lozano;/ ¡disparate chabacano!/ La verdad del caso ha sido/ que el matador fue Bellido/ y el impulso soberano».

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Investigaciones recientes desmienten la implicación del soberano en este crimen. Se  ha sabido que pocas fechas antes de su muerte, Villamediana fue imputado por el delito de sodomía (homosexualidad). Este delito conllevaba la pena de muerte. Fue el rey Felipe IV, amigo de Villamediana, quien mandó archivar la causa. Es decir, le salvó la vida. ¿Qué sentido tenía salvarle si le hubiera querido matar?
La investigación continúa abierta.