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Todo el mundo dedicaba un rato a aprender algunos pasos de baile.
Se bailaba en las verbenas, en las fiestas, en las salas de baile (en cada barrio había tres o cuatro salas de baile), en los guateques, en los cumpleaños, en las bodas,
siempre que había ocasión.
Bailábamos y notábamos que las penas se alejaban, que el cuerpo se llenaba de energía, que alguien muy especial hacía girar el mundo cuando bailaba con nosotros.
Así éramos: cantábamos, bailábamos, jugábamos, imaginábamos, contábamos historias…
antes de convertirnos en seres pasivos, meros consumidores de ocio enlatado.