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El Rastro surge en torno a 1496 como un matadero, el “Matadero viejo de la Villa», que estaba junto a la plaza de Cascorro.
En 1611, el escritor Covarrubias Orozco lo describía así:
“El lugar donde matan los carneros,… Díxose Rastro porque los llevaban arrastrando, desde el corral a los palos donde los degüellan, y por el rastro que dexan se le dio este nombre al lugar”
En torno al Rastro se instalaron los talleres de oficios relacionados con el matadero, fundamentalmente los curtidores, que utilizaban las pieles de las reses.
Con el tiempo, el arroyo de las Tenerías que bajaba por la Ribera de Curtidores, se entubó y se pavimentó la calle principal del Rastro.
Además de los curtidores, se instalaron aquí los zapateros de nuevo y de viejo. También las fábricas de velas, que entonces se confeccionaban con sebo o grasa de animal.
En torno al comienzo del siglo XIX, los ropavejeros o traperos se asientan aquí. Luego los quincalleros, los libreros de lance y los comerciantes de artículos usados. Los almonedistas o anticuarios se instalan un poco más tarde, al final del XIX.
Desde mediados del siglo XVIII se crea la costumbre, que aún perdura, de venir al rastro a rebuscar artículos de segunda mano y antigüedades.
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La Plazuela del Rastro pasó a ser una plaza cuando se derribó una pequeña manzana de casas que había frente a la calle de Maldonadas a la que llamaban, con razón, “el tapón del rastro”. Junto con el “tapón” desaparecieron las calles de El Cuervo y de San Dámaso. Durante siglos esta plaza se llamó Plaza del Rastro, salvo un tiempo en que se llamó de Nicolás Salmerón en homenaje al ilustre político y filósofo.
En el siglo XX pasó a llamarse Plaza de Cascorro, en memoria de Eloy Gonzalo, soldado, natural de este barrio (criado en La Inclusa), que se hizo célebre en la guerra de Cuba al volar un polvorín en el pueblo de Cascorro.
En el centro de la plaza, donde antes estuvo una cruz “la cruz del rastro” se levantó la estatua de Cascorro, obra de Aniceto Marinas. El monumento fue inaugurado en 1902 por Alfonso XIII.
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La práctica del regateo aún continúa en esta feria dominical de ropas y trastos viejos que es el Rastro. Entre los tipos populares del Rastro, estaban los chulos o chulapos, las cigarreras de la fábrica de Embajadores, los charlatanes que vendían crecepelos y elixires curalotodo, los soguillas o mozos de cuerda, los sacamuelas, los horteras recién llegados de la huerta, las gitanas, los güindillas (policías) y un largo etcétera…
En los años 70 se incorporaron a su paisaje las tribus urbanas.
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El Rastro ha ido perdiendo su esencia al instalarse aquí los mercadillos de ropa y complementos que nada tienen que ver con la esencia de este mercado, un sitio para el necesario reciclaje de los mil y un objetos que con el tiempo dejamos de necesitar.
Ojalá el rastro recupere su identidad y vuelva a ser el lugar de regateo, reciclaje, e intercambio de objetos usados que toda ciudad necesita.
Afortunadamente, en calles perpendiculares a la Ribera, como Carlos Arniches, todavía existen los puestos tradicionales.
Fotos: Carlos Osorio.