Y de repente, algo tan irrisorio, consigue que el independentismo parezca absurdo, que las rivalidades deportivas desaparezcan, que los partidos políticos no tengan color, que el consumismo se borre de nuestra mente, que valoremos la ciencia, la sanidad y a sus profesionales, que pasemos tiempo juntos, en familia, que la madre naturaleza goce de un respiro, que nos demos cuenta de que trabajamos para vivir y no al revés, que echamos de menos a los que estamos acostumbrados a ver todos los días, que no necesitamos un plato de comida gourmet para saciarnos, que tenemos tiempo para echar la siesta, para escuchar música, para leer, para escribir, para componer, para bailar, para jugar, para hacer deporte, para aprender, para ver películas, para jugar videojuegos… En definitiva, que la vida es frágil, y que no apreciamos todo lo que tenemos hasta que llega algo que la amenaza. La cuestión cuando todo esto pase es: ¿Seremos capaces de recordar esta valiosa lección?

Álvaro Calvete Aguilar.

Foto El País.