El paseante se queda extasiado mirando las ciruelas coloradotas que penden de un añoso ciruelo situado en la confluencia de las calles de Melchor Fernández Almagro y Betanzos, en el barrio del Pilar.

Este árbol debía de estar ahí antes de que se urbanizara la zona, vestigio de tantos huertos que desaparecieron.

La verdad es que pocas frutas resultan tan refrescantes como las ciruelas, por eso la naturaleza nos las da cuando va llegando el calor.
Fotos 1 y 2: Carlos Osorio.