.
En siglos pasados, en la Puerta del Sol y la calle Mayor había ganchos o muñidores a la caza del paleto. Lo convencían de ir a una taberna y lo metían en una timba de cartas donde todos estaban conchabados.
Por señas, se iban diciendo unos a otros lo que tenía, mientras los maulleros, si podían, le iban quitando lo que llevaba encima.
Había modorros, que simulaban dormir en un rincón y que abrían levemente el ojo para ver las cartas que llevaba el ingenuo jugador.
Algunos randas relevaban a sus compañeros cuando alguien, en una larga partida, llevaba las de ganar.
Otros cambiaban las velas que se apagaban y vaciaban los orinales de los jugadores que durante horas tenían que permanecer al pie del cañón.
Tahúres, facinerosos, hampones y otras gentes de semejante laya tenían sus trucos para ganar siempre en las cartas.
Dar un raspadillo era hacer una ligera marca imperceptible a la vista con la uña.
Dar un astillazo: era meter solapadamente una carta en la baraja.