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Un suceso muy curioso da nombre a esta calle del barrio de Chueca.
Allá por los siglos medievales, en una noche de luna crecida, dos hombres se encaminaron hacia el convento de San Francisco en busca de un sacerdote para auxiliar a un moribundo.
El sacerdote se hizo acompañar de un lego y este, desconfiando de los dos hombres, cogió una espada y la escondió entre su ropaje.
Deambularon por los sitios mas alejados hasta que llegaron a las afueras de la Villa y fue entonces cuando los dos hombres apresaron a los religiosos vendando los ojos al sacerdote y atando al lego. Los hombres llevaron al cura hasta una cabaña situada en esta zona y le ordenaron que confesara a una mujer a la que tenían retenida y que bautizara después al hijo de esta, pues, según le manifestaron, ambos iban a morir.
El sacerdote cumplió con lo que le mandaban. Mientras tanto, el lego se desató como pudo y fue en busca del religioso. De repente, a orillas de un pequeño barranco oyó un grito «¡Válgame Dios!» era la voz de la mujer a la que intentaban matar los dos malhechores. El lego llego a tiempo de impedir el asesinato poniendo en fuga a los agresores.
De vuelta al convento la mujer les contó que esos dos hombres eran sus amantes y el niño era producto de su relación con un tercero.
Cabe suponer que serían entonces el sacerdote y el lego quienes exclamarían al unísono lo de “Válgame Dios”.
Y es que esta expresión que en sus orígenes significaba «Socorro» ha paso a querer decir algo así como: «Qué barbaridad».
Las gentes, al conocer este hecho dieron a aquel barranco el nombre de Válgame Dios.