Hubo un tiempo en que a los niños que se portaban mal de un modo reincidente y con recochineo, en vez de una montaña de juguetes, como ahora, se les regalaba un saquito de carbón, eso sí, casi siempre se trataba de carbón de azúcar, un dulce fascinante que hoy está en peligro de extinción. Este carbón de azúcar no era otra cosa que el típico «azucarillo» madrileño con un colorante alimentario negro. El encargado de entregar este «castigo» era el rey Baltasar, tal vez por el color de su piel, pero mucho me temo que al rey mago en cuestión no le haría mucha gracia este cometido. Que yo sepa, sólo queda una pastelería en Madrid que todavía prepara el carbón artesanalmente: se trata de El Riojano, en la calle Mayor nº 10.

He encontrado esta receta en internet. Pienso que nos puede dar una idea bastante aproximada:
«La receta consiste en conseguir una especie de espuma que, cuando se enfría, se parece al carbón.
El primer paso es preparar una glasa en frío: azúcar lustre (para glasear) en un 80% y agua en un 20%, hasta obtener una masa homogénea a la que daremos color negro (mediante colorante alimenticio) para que obtenga su aspecto tradicional.
A continuación se prepara un jarabe también con agua y azúcar común, hasta que alcanza el punto de caramelo blando, lo cual sucede a 128º C aproximadamente. Al conseguirlo, se retira del fuego y se añade la glasa elaborada anteriormente. Se debe remover en círculos continuamente y veremos que el conjunto esponja y sube en forma de espuma. Finalmente se deja enfriar y el carbón dulce está listo para comer»