Los carteristas siguen actuando en Madrid, especialmente en el centro histórico, tanto en la calle como en metro y autobuses. Y siguen gozando de impunidad.
-Nunca he podido entender por qué se permite que algunos delincuentes puedan vivir exclusivamente de hacer daño a otros ciudadanos. Está bien que el delincuente tenga sus derechos y sus garantías legales, pero también habría que revisar si sus víctimas se hallan igualmente protegidas. El robo de las tarjetas de crédito, de los documentos, del teléfono móvil, origina sufrimiento a las víctimas, y es algo en lo que no parecen caer jueces y legisladores. Cuesta un gran esfuerzo renovar los carnés. Hay personas que después de que les quiten sus pertenencias tienen miedo a salir a la calle. Los turistas lo pasan realmente mal. Solo lo sabe quien ha sido despojado de su documentación y sus tarjetas en un país extranjero.
-No es suficiente con dar consejos a la población para que no descuide sus objetos personales. ¿Es que acaso alguien puede estar pendiente de que no le roben durante las 24 horas del día? Si lo hiciésemos, no podríamos pensar, ni conversar, ni ver escaparates, ni hablar por teléfono. Es imposible tener puesta la atención en nuestras pertenencias a todas horas.
-Cuesta entender que algunos carteristas sean detenidos cientos de veces y no les pase nada. Eso desmotiva a los responsables de la seguridad, aparte de tener un enorme coste que pagamos entre todos.
-Los carteristas minan la confianza entre las personas, que es la base de una sociedad libre.
-Quienes tienen la misión de velar por la seguridad pública deberían revisar unas leyes que garantizan en la práctica la casi total impunidad de los carteristas.
Durante la Segunda República se creó una ley que permitía hacer frente a los carteristas, la ley de vagos y maleantes. Esa ley, que sin duda tenía sus fallos y debía ser renovada, se suprimió por las buenas en los años ochenta y no se sustituyó por ninguna otra. Desde entonces los carteristas gozan de una casi total  impunidad.

 

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