Entro a investigar en una corrala cercana a Tirso de Molina y me encuentro con María, una madrileña de 94 años que me sonríe y nos ponemos a charlar. Me habla de cuando su patio tenía un pozo y una fuente, y de cuando todos los vecinos ponían macetas con plantas y flores. Mmmm!…Me llega el olor a hierbabuena de una de las macetas de María. Gracias, simpática mujer, gracias por tu sonrisa y por el aroma de tus plantas.
Luego me encuentro con Emilio, que también lleva toda la vida en esa corrala y me enseña su pisito de 17 metros cuadrados. Salgo reconfortado por la hospitalidad de estos ancianos.
Después voy a visitar otra corrala de la zona y me aborda un joven inquilino que lleva unos pocos años años viviendo allí. Me pregunta que a dónde voy y quién me ha dado permiso para entrar. El suyo es otro modo de entender la vida.
Las nuevas generaciones de madrileños estamos perdiendo el don de la amabilidad y la hospitalidad. Nos estamos volviendo desconfiados…y ya apenas plantamos hierbabuena en los balcones.
Foto: Carlos Osorio.