«La gente en Madrid andaba de otra manera, miraba, se vestía y hablaba de otra manera, con una especie de desgarro; yo espiaba los rostros cambiantes que, alguna rara vez, se fijaban unos instantes en el mío, sobre todo durante los trayectos en el metro, dentro del vagón donde no había que pedir excusas por rozarse con otros cuerpos y aspirar su olor, me gustaba el olor de aquella gente desconocida que podía estarse preparando para apearse en la próxima estación, a la que iba a perder de vista irremisiblemente, trataba de descifrar, por la expresión de sus rostros y el corte de sus ropas, a qué oficio se dedicarían o en qué irían pensando…»
Carmen Martín Gaite.