En los últimos años se ha desatado una campaña tratando de menospreciar o demonizar la conquista de América, realizada por los españoles a partir de 1492. Vemos cómo se retiran estatuas dedicadas a Colón y cómo en los colegios se borra de los libros cuanto tiene que ver con estos hechos históricos, o directamente se arremete contra los descubridores, juzgando hechos del pasado desde perspectivas actuales.
Es innegable que la conquista de América tiene muchas sombras, pero también hay muchas luces que sería injusto apagar. Justo es reconocer que la conquista fue sangrienta, y de este aspecto nadie puede vanagloriarse. Debemos recordar que hoy se conquista con la economía, pero en aquella época todos los países conquistaban mediante la guerra.
Hoy tenemos que reconocer que el Descubrimiento permitió al continente americano incorporarse a la Historia moderna y formar una gran comunidad de hispanohablantes, y este es el mayor tesoro encontrado en la conquista americana.
El descubrimiento de América en 1492 está considerado mundialmente como un hecho histórico trascendental que marca el inicio de la Edad Moderna.
La conquista de América tuvo muchos episodios de violencia, de igual modo que el resto de las conquistas que mantenían otras naciones europeas en los cinco continentes. La violencia no se puede ni se debe justificar, pero hay que saber que era la forma de relacionarse entre las naciones en aquellos tiempos.
La corona española nunca pretendió exterminar a los indígenas. Los casos de mortandad de indígenas se deben en buena parte a las epidemias transmitidas por los europeos. Pese a la actividad bélica inicial, España fue la primera nación en reconocer los derechos de los indígenas y la primera en abolir la esclavitud en los territorios conquistados. Los españoles no confinaron a los indios en reservas, como hicieron otras naciones europeas.
Basta recorrer el centro y el sur de América para ver la intensa presencia del mestizaje. Los españoles se mezclaron con los indígenas y respetaron sus costumbres y sus lenguas. Las misiones jesuíticas se han presentado como modelos de integración. Fueron los criollos, tras la independencia, quienes obligaron a los indígenas a renunciar a sus lenguas imponiendo el castellano.
Cierto es que hubo zonas en el Caribe donde la conquista fue especialmente mortífera. Pero la mayor parte de los indígenas que murieron en la época lo fueron por las enfermedades que trajeron los europeos, ante las cuales ellos no tenían defensas naturales.
Los actos de crueldad y de barbarie cometidos por algunos conquistadores y que fueron reflejados en las crónicas del Procurador de Indias Fray Bartolomé de las Casas, son absolutamente condenables. Sin negar esta realidad, digamos también que algunos historiadores cuestionan algunas de estas crónicas de Fray Bartolomé, ya que no todas están basadas en hechos probados.
La versión idílica de la era precolombina que pretenden imponer algunos contrasta con los datos históricos. Los indígenas vivían en una permanente guerra entre tribus, en muchos casos carecían de derechos, y era común la práctica de sacrificios humanos y canibalismo.
El oro que trajeron los conquistadores españoles de América, mucha más plata que oro según los datos que se conocen, no está en España, sino que se empleó en financiar las guerras europeas de los siglos XVI y XVII para mantener el imperio, otra parte cayó en manos de piratas británicos, y una parte muy importante se empleó en crear ciudades e infraestructuras en la propia América. Reclamar ese oro no tiene ningún sentido, porque nada tiene que ver nuestro mundo actual con aquel.
La continua alusión al oro “robado” parece más bien una cortina de humo para tapar la mala gestión de la economía y la política en algunos países, buscando un chivo expiatorio en épocas remotas que en nada influyen en el presente. Si quieren buscar algún responsable fuera de sus fronteras, les sugiero que recuerden la acción de los EEUU quienes, en colaboración con los dictadores latinoamericanos, convirtieron a estas repúblicas en fincas de las multinacionales.
Hispania, la actual España, fue invadida por el Imperio Romano, los cuales se llevaron todo el oro que encontraron en nuestra tierra, en cantidades superiores al que los conquistadores españoles trajeron de América.
El prestigioso historiador británico John Elliott cifra el oro que los españoles extrajeron en América en 181 toneladas.
Por su parte, investigadores del CSIC cifran en 190 toneladas el oro que los romanos se llevaron del noroeste de España (sin contar el que extrajeron en otras regiones).
Sin embargo, a los españoles en ningún momento se nos ha ocurrido reclamar el oro a los romanos. En primer lugar porque ya no existen, de la misma manera que ya no existen los conquistadores. Y sobre todo porque nos parece mucho más importante reconocer que la invasión romana de Hispania nos sirvió para incorporarnos a la Historia europea y para sentar las bases de lo que luego sería un Estado moderno y un Estado de derecho.
Es ridículo presentar a los descubridores como simples buscadores de oro, aunque muchos lo fueran. La gesta del Descubrimiento tuvo, a pesar de los desastres habidos, su parte de epopeya. Pierre Vilar, historiador (francés y de izquierdas, por cierto), en su libro Historia de España describe la conquista de América como “la mayor epopeya de la Humanidad”
El 12 de Octubre, día de la Hispanidad, no debe ser solo una fiesta nacional, sino una fiesta internacional de los hispanohablantes. No parece lo más prudente celebrar esta fiesta con desfiles militares, desfiles que pueden tener mejor ubicación en el día de las Fuerzas Armadas.
El 12 de Octubre debería ser un día para la fiesta y para el encuentro entre los pueblos hermanos de España y América.
En lugar de sembrar el odio entre quienes compartimos una misma cultura y una misma lengua gracias al Descubrimiento, sería bueno buscar lo que nos une y forjar una alianza que diera a la Hispanidad el peso en el mundo que se merece.
Tener 500 millones de hispanohablantes, y toda una serie de países hermanos, es una riqueza que vale más que cualquier montón de oro y que no podemos desperdiciar.
Carlos Osorio.