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El rey Carlos III convocó un concurso para hacer una estatua ecuestre en memoria de su padre: Felipe V.
La estatua, una vez terminada, se colocaría en una plaza madrileña, honrando la memoria de un rey que mandó construir en Madrid el mejor palacio de la Europa occidental: el Palacio Real.
Entre las esculturas presentadas estaba la de la imagen superior, hecha a escala, en 1780, por Manuel Francisco Álvarez de la Peña.
De la Peña se basó en el diseño de Pietro Tacca para la estatua de Felipe IV (situada en la Plaza de Oriente), y al igual que aquella tiene tres puntos de apoyo, las dos patas traseras y la cola del caballo.
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Y esta es la versión en yeso que hizo Robert Michel para el mismo concurso. Michel se inspiró en la estatua ecuestre de Felipe III, tratando de lograr un equilibrio aún más sorprendente, ya que apoya solamente sobre dos patas, siendo necesario un hierro para sujetar la cola (una estatua ecuestre de varias toneladas no podría apoyar únicamente en dos puntos, necesita un tercero)
Pues bien, Carlos III falleció y sus sucesores no encontraron nunca tiempo ni dinero para fundir en bronce la estatua de Felipe V y colocarla en las calles de Madrid.
Las estatuas acabaron en el Museo de la Academia Bellas Artes de San Fernando, en la calle Alcalá, que es donde las podemos contemplar.
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Por cierto, ya que hablamos de estatuas ecuestres que apoyan dos, tres o cuatro patas, me gustaría salir al paso de una leyenda urbana muy extendida en la red por el procedimiento del corta y pega. Según esta leyenda, digna de la antología del disparate, el hecho de que un caballo levante una o dos patas nos indicaría que los personajes representados murieron o fueron heridos en combate. Nada más lejos de la realidad. Casi ninguno de los personajes que exhiben su vanidad sobre un caballo de bronce murió en combate. Ya se cuidaban ellos muy mucho de estar bien lejos del frente en las batallas.
Fotos: Urbanity.es.