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En la actual calle de Echegaray, en el siglo XVII, tenía su taller un taxidermista, es decir, alguien que se dedicaba a disecar animales. Este señor tenía fama de huraño y poco sociable. En su taller guardaba trofeos de caza, como cabezas de jabalí y de ciervo que disecaba por encargo.
El  tipo solía ir de caza los domingos, y en cierta ocasión cazó un lobo. Con gran trabajo lo disecó y quedó tan orgulloso de su trabajo que lo colocó junto a la puerta de su negocio, para que la gente al pasar lo viera. El lobo tenía un aspecto fiero, enseñando sus grandes colmillos, y algunos vecinos se dedicaban a meter miedo a los niños, diciéndoles que si se portaban mal el lobo de los iba a comer.
Los niños procuraban no acercarse a la puerta donde se hallaba el temible lobo. Pero había un niño que no le tenía miedo, o al menos eso decía él. El niño, que era el líder de una pandilla de chavales, les dijo a sus compañeros que él era mucho más fuerte que ningún lobo y se lo iba a demostrar. Entonces cogió un cuchillo de cocina que había en su casa y lo escondió entre sus ropas, y luego les pidió a los otros niños que le acompañaran. Se acercaron con sigilo al taller del taxidermista. Este debía estar en algún cuarto interior del taller, ya que no se le veía desde la calle. El niño arrogante exclamó:
-¿Este es el lobo que os da tanto miedo? Pues vais a ver lo que hago con él.
Y sacando el cuchillo comenzó a clavárselo al lobo disecado, provocando que la piel se rasgara por varios sitios y todo el relleno de serrín se desparramase, quedando el lobo hecho un guiñapo.
Los niños reían y el valiente matador de lobos los miraba orgulloso.
De repente, el taxidermista salió del taller y, al ver su obra destrozada, le entró un ataque de ira. De un manotazo, le quitó el cuchillo al niño y sin mediar palabra se lo clavó en el pecho.
El niño quedó tendido en el suelo, y el hombre, creyendo que lo había matado, huyó a la carrera.
Al oír los gritos de los niños, se acercaron varios vecinos y recogieron al chaval herido. Tras hacerle una cura de urgencia, una vecina propuso que lo llevaran ante la imagen de la Virgen de las Maravillas. Esta imagen, que se veneraba en una casa particular, tenía fama de milagrosa y lo cierto es que al poco tiempo, el niño dio señales de mejoría.
En cuanto al cazador, fue detenido y encarcelado.
En recuerdo de aquel hecho, para algunos leyenda, para otros un suceso real, la calle pasó a llamarse Calle del Lobo, y este fue su nombre hasta que en el siglo XX pasó a llamarse calle de Echegaray.