Dicen que internet y la tecnología pueden llevar muy lejos, a lugares desconocidos, inimaginables incluso. Pero en un sentido físico, estrictamente físico, podría habernos encadenado a una silla. El ordenador, el coche, el ascensor, el segway… ¿Nos está convirtiendo la modernidad en una versión humana del pollo de jaula?
«Pienso en los sedentarios abstractos que se pasan la vida en un despacho, tecleando. Golpeteos de dedos en un teclado: conectados, como dicen. ¿A qué? A informaciones que varían de segundo en segundo, a flujos de imágenes y de cifras, a cuadros y tablas. Después del trabajo, toca el metro, el tren, la velocidad siempre, con la mirada fija esta vez en la pantalla del teléfono, y vuelta a pulsar teclas, y de nuevo el desfile de mensajes e imágenes», escribe Frédéric Gros. «Anochece ya cuando no han visto siquiera el día. Televisión: una pantalla más. ¿En qué dimensión viven entonces, sin levantan el polvo, sin contacto? ¿En qué espacio sin relieve, en qué tiempo en el que ni la lluvia ni el sol importan? Esas vidas, desligadas de los senderos y de los caminos, nos hacen olvidar nuestra condición: nada del desgaste de las estaciones y del tiempo parece existir».
El filósofo francés reclama la costumbre de caminar y vivir más despacio. Y lo hace en un libro titulado Andar, una filosofía, de Taurus Pensamiento. «Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar. (…) ¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen. No caminen. Caminando solo una hazaña importa: la intensidad del cielo, la belleza de los paisajes. Andar no es un deporte».
El poeta Whitman hablaba de caminar con mochilas por viejos senderos y negarse a «trabajar para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitamos»
Walt Whitman
Andar es libertad. Implica «una desconexión provisional: me escapo de la red unos días, experimento en senderos desiertos lo que es estar fuera del sistema. Pero también se puede decir ‘romper’. A este respecto sería fácil encontrar llamadas a la transgresión y al ‘gran fuera’ en los escritos de Kerouac o Snyder: acabar con las convenciones estúpidas, la seguridad letárgica de las paredes, el tedio de lo idéntico, el desgaste de la repetición, la medrosidad de los pudientes y el odio al cambio. Hay que provocar partidas, transgresiones, alimentar al fin la locura y el sueño. La decisión de caminar (partir lejos, a alguna parte, intentar otra cosa) se entiende esta vez como la llamada de lo salvaje».
Al caminar todo pierde importancia. Todo, de algún modo, queda atrás, para el profesor de filosofía. La identidad de uno mismo, incluso, se disuelve en el camino. «Caminando se escapa a la idea misma de identidad, a la tentación de ser alguien, de tener un nombres y una historia. Ser alguien está bien en las veladas mundanas en las que cada uno habla de sí mismo o en la consulta del psicólogo. Pero ser alguien ¿no es una vez más una obligación social que encadena, una ficción estúpida que pesa sobre nuestros hombros?».
En un sentido político, «la marcha deja entrever un sueño: caminar como expresión del rechazo de una civilización corrupta, contaminada, alienante y miserable». El poeta Whitman hablaba de los vagabundos del Dharma, de su caminar con mochilas por viejos senderos del desierto, negándose a consumir todo lo que la industria produce y «trabajar para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitan, como refrigeradores, aparatos de televisión, coches, coches nuevos y llamativos […], y porquería en general que siempre termina en el cubo de la basura una semana después».
Por Mar Abad
Fuente: Yorokobu.