Se les veía en las tertulias de los cafés, discutiendo apasionadamente hasta que, de madrugada, los echaban para poder cerrar. Entonces se les veía por las calles, cantando a coro,  recitándole poemas a la luna, hablando con el sereno o con la equívoca mujer de la esquina. Escribían donde les dejaban, en los periódicos, en las revistas literarias. Algunos de ellos estaban orgullosos de ser unos perdedores, de no llevar dinero encima, de sablear a sus conocidos. Eran los bohemios.

La bohemia literaria madrileña floreció, o se marchitó, según se mire, entre el último tercio del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Sus integrantes más conocidos fueron Emilio Carrere, Alejandro Sawa, Joaquín Dicenta, Eduardo Zamacois,  Francisco Villaespesa, Pedro Luis de Gálvez, Alfonso Vidal y Planas, Armando Buscarini, Dorio de Gádex, etc. Se sabe que, en sus años mozos, prestigiosos escritores coquetearon con la bohemia, caso de Rubén Darío, Pío Baroja o Valle-Inclán. Valle-Inclán quería y admiraba a Sawa, y le convirtió en el «Max Estrella» de su obra Luces de Bohemia. Todos ellos fueron el equivalente madrileño de la bohemia parisina

Les encantaban las callejuelas del casco viejo de Madrid, donde colonizaban las tabernas más infectas y los cafés menos presentables. Carrere fue uno de los que más jugo le sacó a la bohemia, y junto con su amigo Pedro de Répide paseaban al anochecer con sus capas y sus pipas sentando un claro precedente de lo que luego sería la movida madrileña.

El maestro en dar sablazos era Buscarini, el cual amenazaba con tirarse por el viaducto si no le prestaban dinero. Terminó sus días en el psiquiátrico de Logroño.

Pero sin duda, el bohemio prototípico fue Alejandro Sawa. Se le podía ver a diario en los cafés del centro: Fornos, el Imperial, el Gato Negro. Pensaba que cobrar dinero por escribir era una forma de venderse, y claro, por  no venderse, no cobraba, y andaba siempre pidiendo prestado. Su mujer y su hija no estaban muy de acuerdo con su modo de vida. A ellas les hubiera hecho ilusión que el cabeza de familia llevara algo de dinero a casa. En sus últimos años recibía a las visitas envuelto en una sábana. Había empeñado toda su ropa en el monte de piedad. Murió a los 47 años, el 3 de marzo de 1909, en su buhardilla de la calle Conde Duque, 7. Una placa lo recuerda:

«Al rey de los bohemios, el escritor Alejandro Sawa, a quien Valle-Inclán retrató en los espejos cóncavos de Luces de bohemia como Max Estrella, que murió el 3 de marzo de 1909, en el guardillón con ventano angosto de este caserío del Madrid absurdo, brillante y hambriento».