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En estos tiempos que nos ha tocado vivir es una satisfacción poder hablar de un personaje público que permanece incorruptible. Hablamos de San Isidro.
 El patrón de Madrid, Isidro de Merlo, murió en torno a 1130 con unos 40 años (entre 35 y 45 años). Fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Andrés.
Varias décadas después, en 1212, el rey Alfonso VIII visitó esta iglesia y le mostraron los restos de Isidro, que, según se pudo ver, apenas se habían corrompido. Alfonso VIII creyó reconocer en él a un pastor que le había ayudado a localizar al enemigo en la batalla de las Navas de Tolosa.
En diversas ocasiones, los restos del santo fueron sacados en procesión para implorar su ayuda ante situaciones preocupantes: ante una pertinaz sequía, o ante un incendio en la Plaza Mayor.
También se llevaron sus restos a Casarrubios cuando el rey Felipe III cayó gravemente enfermo en aquella localidad. Otros reyes y reinas solicitaron igualmente la presencia de estas reliquias cuando estuvieron enfermos.
A lo largo del tiempo ha habido varios intentos de robarle al santo alguno de sus huesos.
Dice la tradición que la mujer de Enrique II quiso llevarse un brazo como reliquia y que, por eso, desde entonces, dicho brazo está atado con una cinta.
En otra ocasión, una dama de Isabel la Católica arrancó con sus dientes un dedo del pie del santo. Dicha dama pensaba llevárselo con disimulo, pero los caballos que llevaban su carroza se negaron a cruzar el río Manzanares y ella, notando aquí la acción divina, devolvió el dedo.
Por los milagros realizados en vida y después de la muerte, San Isidro fue canonizado en 1622.
Sus restos reposaron en San Andrés hasta que en el siglo XIX se trasladaron a la colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo.
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