Cada vez con mayor frecuencia, los ciudadanos somos objeto de multas por hechos que, aún siendo incorrectos, ningún daño causan a nadie. Se nos multa por acciones u omisiones debidas a despistes, a retrasos, a olvidos de las muchas y variadas normas que debemos cumplir, por ejemplo, por retrasarnos ligeramente en un pago a la Seguridad Social o a la Hacienda Pública, por tener caducado desde hace una semana el carné de conducir, por no haber renovado un extintor, por aparcar un par de minutos más de los previstos… Contrasta este celo sancionador con la impunidad de que gozan ciertas conductas que sí ocasionan perjuicios directos a la ciudadanía. Nadie se preocupa de multar a quien ensucia la ciudad dejando las basuras en cualquier parte, a quien destroza el mobiliario urbano, a quien atruena la calle con el tubo de escape recortado de su motocicleta, a quien sustrae bolsos o billeteras, a quien pintarrajea la fachada de nuestra casa, a los que no recogen las deposiciones de sus perros, a los que tras abusar del alcohol gritan, alborotan y orinan en plena acera. Si los que hacen difícil y desagradable la convivencia siguen gozando de impunidad, difícil es que rectifiquen.