En el Madrid de hoy, salir a pasear es prácticamente imposible, porque están todas las calles en obras. Solo quedan dos opciones: ir al atasco o ir a la tasca.
Muchos madrileños prefieren el atasco, porque les relaja estar horas y horas parados en medio de un conglomerado de coches. Así, con un dedo en la nariz y otro en el cláxon, echan la mañana o la tarde sin otras preocupaciones, sintiéndose miembros de hecho de la comunidad del tráfico. Yo, francamente, prefiero ir a la tasca, porque tratándose de embotellamientos, prefiero que me embotellen una cerveza.
A mi modo de ver, la tasca tradicional madrileña tiene mejores condiciones que el atasco de tráfico para ser feliz y realizarse como persona. Las tabernas castizas tienen un tamaño reducido, para favorecer el sosiego y el buen trato, para la conversación con los amigos, con la pareja, con los vecinos. Tienen también una espléndida decoración, para recreo de la vista, y unas tapas de cocina y unas bebidas estupendas para satisfacer el gusto. A la tasca no va uno a empinar el codo, porque el que se pasa con el alcohol no disfruta de nada que valga la pena. Se va sobre todo a relacionarse amistosamente con otros seres humanos, que es lo que más te reconforta. Para eso se inventaron las ciudades, aunque hoy en día se tiende a creer que las urbes son laberintos de túneles, autopistas, coches y centros comerciales. Según las estadísticas, Madrid tiene hoy tres veces más kilómetros de autopistas que Londres, París o Roma. Sin embargo, cuando los extranjeros nos visitan no les impresiona en absoluto nuestra red asfáltica, ¡fíjate qué sosos! Lo que les gusta de Madrid son las tabernas, las terracitas, la vida en la calle. ¡Mira si son raros los extranjeros estos! Podrían ser un poco más sensatos y apreciar nuestras tuneladoras y no fijarse tanto en nuestra capacidad para irnos cargando, año a año, las pocas tabernas históricas que quedan en Madrid. En fin, los tiempos cambian, y si un día nos asignaron a los madrileños el gentilicio de “gatos”, hoy, que nos pasamos la vida bajo tierra, tal vez nos sentaría mejor la denominación de “ratones”.
Yo lo tengo muy claro: Voy a seguir yendo a mi tasquita favorita mientras pueda. Y como la calle está llena de zanjas y no hay quien ande, he tomado ejemplo de la moda de hacer túneles y me he fabricado el mío propio. Si, señoras y señores, he cavado un túnel desde mi casa hasta mi taberna predilecta. Hay que ingeniárselas para sobrevivir en esta jungla de asfalto.
C. Osorio.
(De prólogo del libro «Tabernas de Madrid/Taverns of Madrid» Ed. La Librería)