Al caer la noche, un simpático astrónomo se instala con su gran telescopio en la plaza de Isabel II (Ópera) o en la vecina calle de Carlos III.
Una miradita y podemos ver que esa estrella tan brillante que hay al oeste no es una estrella, sino el planeta Júpiter.
No pide nada a cambio, aunque es justo darle una moneda.
Así nos sentimos más cerca del Universo y más cerca de la ciencia.