¡Oh, calles de Madrid. Tristes callejas
donde el Sol nunca da. Muros sagrados
de los viejos palacios embrujados
por la fuerza del tiempo y las consejas
de las viejas!

II
Sin que la calma de estas calles turbe,
a lo lejos difúndese y palpita
un extraño rumor, rugir de urbe,
de estulta población cosmopolita,
y al pasar a lo viejo del recinto
parece que tres siglos retrasamos.
Sentimos no tener espada al cinto
y un paje que nos guíe por do vamos.

III
¡Calles de tradición! ¡Barrios queridos
por todos los amantes de lo viejo;
bajo cuyos tejados carcomidos
cuelga sus graves nidos el vencejo!
En oscuro rincón se seca un odre
al lado de la antigua tenería.
Cabe una iglesia ráscanse la podre
galloferos y hampones a porfía.
De sus males de amor se plañe un gato.
Pasa una moza en grácil taconeo:
van brotando las sales del floreo
bajo el rojo tacón de su zapato.
Vocea un vendedor sus baratijas.
La tapia de un jardín muestra su hiedra
recubierta de polvo. Y en la piedra
corren a su sabor las sabandijas.
La calma matinal rompe el tañido
de la campana que a la misa avisa,
y cruzan las beatas, con medido
paso, la calle para entrar en misa.
Y bajo el sol de oro madrileño
está la calle triste y adormida,
como una virgen vieja, que en un sueño
se va dejando sin saber la vida.
¡Ay sí, que moriréis! Tiempos reacios
corren hogaño para cosas viejas.
¡Ay sí, que moriréis, viejos palacios!
¡Ay sí, que moriréis, tristes callejas!

IV
Y mientras tanto… ¡puedan vuestros muros
alejarme del ruido ciudadano!
¡Libradme de los tráficos impuros
de ese hormiguero estúpido y malsano!
Dejadme en vuestros plácidos rincones
a la esplendente luz del mediodía
con un extraño acento de elegía
cantar mis más harmónicas canciones.
Dejadme bajo el rayo de Diana,
en las heladas noches invernales
bajo un soñado alféizar de ventana
recitar los más lindos madrigales.

V
¡Qué me importa que el sueño se convierta
en triste realidad, y acongojada
el alma llore por la suerte cierta
al contemplar la gloria ya pasada?
¿Qué importa luego que al albor del día
se esfume la ilusión, y la importuna
verdad venza a la loca fantasía?
¡También el buen Cyrano componía
sus viajes a la Luna!

VI
¡Sí; sois vosotras, calles solitarias
de mi viejo Madrid, calles leales,
las que sobre los labios sois plegarias
y sobre el corazón sois madrigales;
las que dais a mi pobre fantasía
nuevos motivos y cadencias bellas:
calles oscuras bajo el Sol del día
y claras al brillar de las estrellas!
Vosotras me inspiráis: ¡Tristes callejas
donde el Sol nunca da, muros sagrados
de los viejos palacios embrujados
por la fuerza del tiempo y las consejas
de las viejas!

Dámaso Alonso (1918)