El otro día fui al banco y me puse en la cola (en esa larga cola que hay que hacer desde que los bancos han reducido al mínimo su personal) Al rato entró un individuo cuyo aspecto llamó mi atención. Era joven, unos 30 años, con una vestimenta cochambrosa. Llevaba una cazadora deshilachada llena de manchas, remiendos y agujeros. El pantalón vaquero, caído hasta la mitad de las nalgas, tenía tantos rotos que, en proporción, había más rotos que pantalón. Arrastraba unas zapatillas mugrientas con los cordones desatados. Llevaba una barba de cuatro días y el pelo enmarañado.
Mi reacción instintiva fue sacar un euro y dárselo. El joven ni siquiera me miró. Siguió avanzando y se fue directo al despacho del director. Una hora después, cuando por fin me tocó el turno de la ventanilla, el cajero me explicó que ese joven es uno de los mejores clientes del banco, dueño de una startup muy boyante con ramificaciones en varios países.
Les he contado la anécdota del rico pobre a mis amigos y me han dicho que no estoy al día, que la arruga es bella y el roto es cool, y que estoy anticuado.
A nadie le gusta que le llamen anticuado y a mí tampoco, así que he buscado en la guía telefónica (como soy anticuado todavía tengo guía telefónica) alguien que me arreglase la ropa para estar al día. Llamé a un sastre (me costó encontrarlo, porque quedan muy pocos) y me dijo que no, que ellos no arrugaban la ropa ni le hacían rotos o agujeros, que se los hiciera yo mismo.
—Ya— le dije— pero no es igual, porque esas arrugas y esos rotos tienen que estar hechos por un diseñador, si no, no valen.
¿Qué tipo de diseñadores se dedicarían a hacer trizas las ropas? Si no eran los sastres ¿Serían los desastres? Pero no, no había ningún desastre en la guía. Tuve que coger unas tijeras, un martillo y un soplete y rediseñar yo mismo mi vestuario.
Bueno, he de decir que no he acertado mucho con la remodelación de mi vestuario, quizás me he pasado con el soplete, porque en vez de considerarme un moderno, la gente me confunde con un pobre y me dan limosnas por la calle. No hay mal que por bien no venga, porque lo que no gano como escritor lo estoy ganando con las limosnas.
Les juro que no entiendo nada. ¿Por qué los ricos de repente quieren parecer pobres?
Lo que les salvaba a los ricos era la elegancia, tanto en el vestir como en el vivir. Si pierden eso, lo pierden todo. Hablo de la elegancia, no de la opulencia, ni del derroche. Los ricos responsables de su condición compartían su riqueza, creaban puestos de trabajo, creaban belleza, eran mecenas de las artes, esa era su función. Si se disfrazan de pobres y eluden sus responsabilidades sociales, serán hombres ricos, pero en el fondo son pobres hombres.
Ayer he quedado con un conocido mío, experto en modas y tendencias, y me ha explicado que la costumbre de ir tan desaliñado, con la ropa llena de rotos y agujeros, nos ha llegado desde Inglaterra. ¡Inglaterra! ¡La tierra de Robin Hood, el justiciero de los bosques de Sherwood, el que desplumaba a los ricos para dárselo a los pobres!. Si viviera en nuestra época, Robin Hood robaría a los pobres para dárselo a los ricos.
Carlos Osorio García de Oteyza