Uno de los dulces que encandilaba a los madrileños de siglos pasados era el azucarillo. Con sabor a puro azúcar o con aroma de limón o fresa, se vendía en los puestos callejeros de los aguadores, llamados aguaduchos, donde se pregonaba al grito de «Agua, azucarillos y aguardienteeee». La gente tomaba dichos productos según sus apetencias. Cuando pasaba un matrimonio con niños era usual que el señor se pidiera un traguito de aguardiente, la señora un vaso de agua con una «gotitas» y para los nenes los azucarillos. También había quien prefería tomar el vaso de agua con aguardiente e ir mojando en él su azucarillo. Esta meriendilla frugal dio nombre a una zarzuela muy castiza, en la que una aguadora pregona su mercancía al grito de: ¡Agua, azucarillos y aguardiente, aguaaaa!  Hoy en día, que yo sepa, la única pastelería donde se pueden encontrar los típicos azucarillos madrileños es «El Riojano» En C/ Mayor nº 10.

Fotos: Carlos Osorio.