Oí por la radio que por fin se había inaugurado la playa de Madrid-Río y para allá que me fuí, con la sombrilla, la toalla y la nevera portátil.
El problema es que la nueva playa es de adoquines, y para clavar la sombrilla tuve que pedir prestado un martillo neumático a los obreros que aún están rematando las obras. Abrí la nevera para zamparme la merienda y dos agentes me multaron por hacer botellón. Opté por darme un chapuzón y me tiré de cabeza, descalabrándome seriamente, pues la profundidad de nuestra nueva playa es de dos centímetros.
Me dije: ¡Pues vaya, chavalín!
¡Vaya playa! La llamaré la playa del adoquín.
¿Y no podían haber hecho una piscina normal y corriente?
Bueno, no voy a quejarme, que bastante ha costado la nueva playa.
Callaréme, no sea que espante al turismo de sol y adoquín.
Un poco más allá, junto al Puente de Segovia vi a las primeras bañistas de Madrid-Río disfrutando del césped, que dicho sea de paso, es bastante más cómodo que los adoquines.

La verdad es que lo más parecido a una playa que tenemos en el Manzanares es esta lengua de arena que hay junto al puente de Toledo. Pero no se puede acceder, porque al río no se permite bajar. Quede pues la verdadera playa para los patos.
Fotos: Carlos Osorio