En Mejorada del Campo, un pueblo que cultivó sus huertos con el agua del río Jarama hasta no hace mucho y que hoy es un poblachón residencial, al este de Madrid, un hombre sencillo, de campo, un simple albañil, ha dedicado su vida a construir una catedral.
Justo Gallego, este hombre frágil y menudo al que véis en la foto, lleva 48 de sus 84 años dedicado íntegramente a construir esta iglesia. Sólo, ante la indiferencia y a veces el desprecio de la mayoría de sus conciudadanos, Justo se ha dejado la piel en la obra de su vida. Para algunos es un loco, para otros un iluminado, para los más un hombre extravagante.
Le pregunto cómo empezó todo. Me contesta que tuvo la suerte de heredar unos terrenos. Vendió la mitad de ellos y en la otra parte trazó la planta de su obra soñada. Desde entonces ha trabajado sin descanso, como una hormiga, y cuesta creer que esta mole impresionante la haya levantado un solo hombre.
Me dice que hoy ya tiene dos ayudantes, y que viven de los donativos que gente particular les envía desde todas las partes del mundo.


En estos tiempos en que la arquitectura se inspira en los electrodomésticos, tanto en la forma como en la función, sorprende ver una obra que pretende ser puramente espiritual. Solo algo tan difícil de definir como la fé puede explicar que un campesino con unas nociones básicas de albañilería, pudiera emprender una obra semejante.
La catedral de Mejorada, estéticamente, me parece una obra del arte pobre, del «arte póvera», hecha de reciclaje. Creo que está en el mejor momento para ser contemplada, cuando los ladrillos y los hierros retorcidos nos ofrecen formas de una belleza cruda que mueve los sentimientos. Es posible que si un día esta estructura queda tapada por el remate final, ya no pueda verse la belleza de esta armazón, tan conmovedoramente humilde. Es toda una metáfora de la lucha de los feos materiales para convertirse en belleza.


Tras depositar mi donativo, recorro los espacios, la cripta, las torres, tratando de expresar con la camarita de fotos lo que estoy sintiendo.
Y me despido de Justo alucinado por esta mágica locura.

fotos: Carlos Osorio