En 1501, el gobernador de Java regaló a Felipe II un rinoceronte hembra. Entonces los rinocerontes se llamaban abadas, palabra originaria del portugués. El rinoceronte fue exhibido en un corral y atrajo a buena parte de los madrileños que no querían dejar de ver un animal nunca imaginado.
No se sabe si fue este rinoceronte u otro que trajo un circo un siglo después, el que estuvo encerrado en un corral muy próximo a la actual plaza de Callao, pero el bicho dejó un gran recuerdo que dio nombre a la actual calle que desemboca en la Gran Via.

Parece ser que en cierta ocasión, un muchacho que trabajaba en el horno de la Mata quiso gastarle una broma pesada al animal y le dio a comer un pan abrasando, recién sacado del horno. El animal no entendió la broma y como el ardor de estómago le estropeaba el carácter, la emprendió con el muchacho mandándolo al otro barrio.