Caminando por Malasaña me sorprenden unas hierbezuelas silvestres que osan crecer entre los adoquines de la calzada agitando sus hojuelas con una desenvoltura que raya en alegre desvergüenza.

 

Ingenuas e inconscientes, las unas acaban bajo las llantas de los coches y las otras encuentran sus vericuetos donde medrar airosas.

 

Tan concretas y tan abstractas ¡Son tan bellas…

 

y tan jugosas…! que si fuera un cordero me las comería.
Tienen suerte de que soy tan solo un curioso caminante que llega, saluda y se va.
Fotos: Carlos Osorio.