Corría el siglo XVIII. La zona del río Manzanares tenía abundantes huertos. En uno de ellos había muchos guindos (variedad de cerezos que dan guindas). El hortelano estaba muy contento porque había una gran cosecha. Cargó las guindas en las alforjas de su burro y se dispuso a subir la Cuesta de la Vega, con intención de venderlas en el mercado de la Plaza Mayor. El día anterior había llovido, y el empinado camino estaba lleno de barro. En un momento dado, el burro se resbaló y todas las guindas quedaron aplastadas contra el suelo. 

El hombre, sollozando, se sentó en una piedra, pensando que ya no podía vender las frutas. En eso acertó a pasar por allí un monje que le dijo:

-Qué le pasa a usted, buen hombre?

-Pues ya lo ve. Todas las guindas echadas a perder.

-Mire, usted lo que tiene que hacer es confiar en Dios. Levántese y ayúdeme a recoger las guindas, que verá cómo salvamos bastantes.

Cuando acabaron de llenar las alforjas, el hombre no daba crédito a lo que veía. Las guindas estaban sanas y relucientes como si nunca se hubieran caído. 

-Pero, oiga ¿Cómo es posible?

-Ya le dije que había que confiar en Dios.

-Pero hombre, ¿Cómo puedo yo agradecerle lo que ha hecho?

-No se preocupe. Si le sobran unas poquitas después del mercado, me las lleva. Yo vivo en la iglesia de San Nicolás. 

El agricultor se fue al mercado y vendió todas las guindas en un santiamén. Eso sí, guardó una cesta para llevársela al monje.

Al llegar a la iglesia de San Nicolás llamó a la puerta y al rato le abrió el párroco.

-Qué desea?

-Vengo a ver a un monje que vive aquí.

-Lo siento, pero aquí no es. Aquí solo vivo yo. 

-Es un monje que lleva un hábito marrón, y tiene un poco de barba…

-Ya le digo que no.

-Pues no me puede haber mentido.

-Mire, si no me cree, pase y compruébelo.

Y el hortelano se metió en la iglesia y brujuleó por todas partes, sin ver a nadie, hasta que al llegar a la última capilla, vio un cuadro que le llamó mucho la atención. Allí estaba pintado el monje que le había ayudado, con su hábito marrón y su barbita.

-¡Señor Cura! Mírelo! Este es el monje al que busco!

-Pues, amigo mío, ese es San Antonio.

Desde entonces existe en Madrid la congregación de San Antonio el Guindero, que todos los años, en el día de su patrón,  celebra su fiesta entregando a sus fieles unas guindas. Debido a que la iglesia de San Nicolás estuvo un tiempo cerrada, la congregación se trasladó a la iglesia de Santa Cruz, en la calle de Atocha.