Sobre el tema del grafiti y las pintadas, me siento muy identificado con la opinión que expresaba el arquitecto Vicente Patón, que transcribo:
«El del grafitti es un tema polémico y con el que nunca he estado de acuerdo más que en casos muy puntuales. En el mismo saco se mete la denuncia política, que la obra de intención artística o los exabruptos de adolescentes egocéntricos y maleducados. En Madrid empezó con las protestas de los años setenta contra el régimen franquista, y luego fue derivando –con la venta generalizada del rotulador y el espray- hacia un marcaje del territorio más animal que humano y que cualquier descerebrado con medios se puede permitir. La ciudad llegó a estar espantosa en los años ochenta, y el Metro se convirtió en un lugar sucio y degradado, donde no había la menor intencionalidad de denuncia o comunicación, y hasta orientarse resultaba confuso pues costaba ver algo por las ventanillas de los vagones. Pero en ese horror que molestaba a la mayoría de los ciudadanos –los que usamos la ciudad y los transportes públicos, no los otros- ya iban surgiendo voces que ensalzaban el fenómeno al mitificarlo con buenas dosis de papanatismo como “rebeldía juvenil”, porque nos ponía a la altura de Nueva York, e incluso se le empezó a otogar categoría artística de forma generalizada, cuando en su mayor parte era sólo testosterona descontrolada frente a una ciudadanía pasiva, desestructurada y ajena al sentido de lo público como propio.
Nadie parecía apreciar la ciudad ni su arquitectura como obra artística, pero en cambio, la suciedad amontonada de pintarrajos se defendía indiscriminadamente desde ciertas élites “progresistas” como arte rompedor.
Algún grafitero como Muelle tenía gracia, y además medía los lugares, tamaños y colores de sus pintadas, aunque abriera la espita a una legión de emuladores sin el menor talento.
Después surgieron otros con cierta sofisticación, creando sombras en esquinas o rincones que te sorprendían al pasar, juegos de geometría integrados en cierres polvorientos o en viejos muros… También aparecieron las pintadas de pequeño formato hechas con plantillas y con vocación comunicativa. Todo este movimiento de arte urbano del grafiti decoroso empezó a tener otra consideración, incluso de los ciudadanos, hasta llegar a fenómenos como el de Banksy, de indudable categoría artística, o en Madrid, a través de algunos nombres que cita el artículo: Neko, Padu, Suso33, Boamistura, Por Favor, y otros que no sólo no degradan los lugares escogidos sino que aportan una cualidad artística a la ciudad, sorprendiéndonos con mensajes paradójicos o poéticos. Pero todo esto no tiene nada que ver con los asaltadores del Metro, que detienen trenes para pintarlos, mientras los viajeros impotentes padecen un ejercicio violento y desconsiderado de narcisismo sin otro sentido que el de mostrar un chulerío machista basado en la fuerza y el poder de la manada.
Que se equipare como arte eso, y la labor de ciertos artistas urbanos, es un error, y el nuevo Director de Patrimonio Cultural parece caer en él, al proponer una especie de “pintódromos” amaestrados, que no van a resolver el problema del pintarrajo, sino que probablemente lo van a fomentar, porque se quiere sustituir la educación para la ciudadanía, que el actual grupo político en el poder ha eliminado, por hipócritas incentivos con los que entretener a ciertos jóvenes estimulados y frustados a la vez por el bombardeo consumista propio de este sistema capitalista, encanallado y decadente.  «
Vicente Patón.