Extracto del PREGON DE ELVIRA LINDO.
SAN ISIDRO 2019:

SOY DE MADRID PORQUE NACI EN CÁDIZ….
Emotivo discurso de la escritora Elvira Lindo para las fiestas de San Isidro 2019.

No busco Madrid porque Madrid va siempre conmigo. Soy su esencia, soy Madrid. Soy Madrid porque, como decía Galdós, el madrileño, la madrileña, es fruto de andaluz y aragonesa, o viceversa, y con eso quería decir que Madrid asume sin trauma que sus ciudadanos hayamos nacido en cualquier lugar de España o del mundo. Soy Madrid porque nací en Cádiz.
Soy Madrid porque jamás vi a mis padres perdidos o desarraigados, jamás acomplejados por llegar de fuera. Ellos, de inmediato, fueron madrileños. Lo eran porque la mayoría de nuestros vecinos venían de Extremadura, de Andalucía, de Castilla, de Aragón, ¿quién habría entonces de sentirse pueblerino o provinciano? Los abuelos y las abuelas de mi barrio atestiguaban con su presencia que casi todo el mundo tenía un pueblo esperando para los días de verano, y eso de tener un pueblo te daba una categoría, pero tras un año de vivir en esta ciudad, Madrid te había puesto el sello y ya no había forma de eludir su influjo.Y no es que te hubieras hecho de Madrid, es que ya eras Madrid, y te movías por los descampados y jugabas en los parques pelados de árboles con el mismo orgullo que si se tratara de un territorio histórico, adoptabas el acento del barrio imitando a los otros niños y cuando volvías al pueblo por vacaciones te dabas cuenta de que eras madrileña porque así te nombraban: “la de Madrid”.
Soy Madrid desde que llegara en 1973 a un piso del barrio de Moratalaz. Al piso que compraron mis padres con el dinero que les tocó en la lotería del Niño justo cuando yo nací. Desde la terraza de ese piso pagado con un dinero caído del cielo se contemplaba la ciudad como desde una atalaya. Mi padre enseñaba aquel tesoro nuestro a las visitas. Era, decía, como si nos hubiera tocado de nuevo la lotería. Salía a la terraza y
alzaba los dos brazos señalando aquella vista espléndida, que debía con toda justicia añadirse a nuestra enciclopedia de las Siete Maravillas del Mundo: ¡Madrid, Madrid! Y sí, ahí estaba, más allá de los descampados que recorrían la carretera de Valencia se intuía tras la bruma una vida urbana incesante, que poco tenía que ver con la monotonía de nuestro barrio solo alterada por los juegos de los niños.
Nosotros llamábamos Madrid a los edificios que quedaban más allá de la M-30. Y la visitábamos en contadas ocasiones, para ver la iluminación de Navidad o para comprar el equipo de ropa para el verano. Madrid era para nosotros el lugar donde comprábamos algo especial y donde merendábamos luego en esas cafeterías modernas y peliculeras que fueron desaparecieron de la Gran Vía para dejar espacio a las franquicias.
Pero yo, en aquellos años de niñez, nunca echaba de menos aquel Madrid histórico y central. Me gustaba que me pasearan por allí como a la niña a la que llevan al parque de atracciones, pero luego disfrutaba de un placer muy íntimo al volver a la seguridad de mi barrio, que yo sentía como un pueblo en el que podía perderme sin sentirme perdida. Un barrio es, para un niño, el centro del mundo.
Para mí lo era: yo tenía mi colegio, al cual los chiquillos como una bandada de pájaros; la panadería, a la que nos lanzábamos en tromba a la salida; la biblioteca pública, que hizo tantos niños lectores y el mítico cine Moratalaz, al que acudíamos los niños del barrio en aluvión los viernes por la tarde, a la sesión doble infantil, sin madres que nos protegieran ni maestras que nos pastorearan.
Y, por supuesto, el polideportivo, donde pasábamos gran parte del verano, torrándonos, porque no había ni un árbol, y sorteando dignamente a los macarras que celebraban con escándalo y burricie el paso de las chicas camino del agua.
Tuvimos la suerte de gozar de una libertad que ahora parece de otro siglo. Es de otro siglo. Hablo de mi infancia y de mi barrio porque ese fue mi bautismo como madrileña, y la mirada que tengo sobre esta ciudad estuvo y estará siempre condicionada por ese inicio periférico. Incluso en la concepción que tengo de la belleza aún persiste hoy aquella visión mía infantil del barrio, en la que no cabía distinguir entre lo bonito y lo feo, porque por encima estaba lo habitable, lo reconocible como territorio propio, lo familiar, lo seguro. Y este cielo de Madrid que todo lo iluminaba y lo embellecía.
Una ciudad ha de ser el sitio donde te puedan pasar aventuras inesperadas. Yo salgo de casa y no veo el momento de recogerme. Yo pregono mi amor por Madrid, porque sé lo que es experimentar una nostalgia inmensa de esta ciudad. “Eres mi casa, Madrid, mi existencia”, dijo Miguel Hernández cuando escribió versos en su defensa, y así lo he sentido yo cuando estaba lejos.
No es Madrid una ciudad insulsa o adormecida, en su carácter hay un pronto reivindicativo y libre, poco formal, popular, castizo, chulo, es Madrid pueblo y ojalá que no lo pierda esa condición nunca. Madrid, capital de la gloria, el rompeolas de todas las Españas, ¿Por qué no sentir algo de orgullo? Un orgullo legítimo y jamás excluyente.
Soy Madrid porque nací en Cádiz, porque mis padres me trajeron aquí a los 12 años, soy Madrid porque soy una Isidra, porque soy de barrio, porque llevo en mí el acento de la calle y me sale cuando estoy alegre o cuando me indigno. Soy Madrid porque soy callejera, chula, respondona, reivindicativa, quedona, zascandila, soy Madrid porque Madrid es así y ojalá que jamás deje de serlo.