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 La palabra rastro significa matadero, y en este lugar de Madrid se estableció a fines del siglo xv el primer matadero municipal: el Matadero Viejo de la Villa.
Así lo describía Covarrubias Orozco en su libro «El tesoro de la lengua castellana o española», de 1611: «El lugar donde matan los carneros… díxose Rastro porque los llevaban arrastrando, desde el corral a los palos donde los degüellan, y por el rastro que dexan se le dio este nombre al lugar».
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Lógicamente había dos tipos de «rastro», uno: el rastro o huella que dejaban las reses en el suelo al ser arrastradas desde los corrales hasta los palos donde las degollaban, y otro
 al ser trasladadas a las casetas donde se desollaban y despiezaban. En
todo caso, la palabra rastro es sinónimo de matadero. Por ende, las personas que se encargaban
de traer el ganado al rastro o de vender la carne y los despojos de los animales se
llamaron rastreros. Entre ellos, tuvieron fama las rastreras, mujeres bravías que vendían las
asaduras a pie de matadero. Espantando las moscas con su enorme cuchillo, las rastreras
voceaban: ¡Vaya entresijos, vaya manitas, vaya lengua, vaya mondongo que tengooo…!
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Del libro: «Lavapiés y El Rastro» de Carlos Osorio.