Con su melena y su gabardina al viento, y su paraguas desvencijado, pasó a mi lado como una exhalación.
En realidad era un mimo que iba a su trabajo, pero me pareció la viva imagen del ciudadano madrileño de nuestros días: siempre apresurado; tanto, que dan ganas de preguntarse: ¿no es un poco ridículo vivir con tantas prisas?
Foto: Carlos Osorio