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Todos sabemos que Miguel de Cervantes fue herido y perdió la movilidad de su brazo izquierdo en la batalla de Lepanto.
No es tan conocido el episodio ocurrido en Madrid en el que estuvo a punto de perder la otra mano, la derecha, en 1568.
Cervantes era un hombre con un alto sentido del honor, y cuando alguien ponía en entredicho su honor o el de su familia, se enfurecía.
Furioso tenía que estar cuando desenvainó la espada y se batió en duelo con un tal Antonio Sigura, vecino de Madrid, en las cercanías del Real Alcázar, más o menos por donde hoy está la Plaza de Oriente.
A nadie se le ocurría desenvainar la espada cerca del Real Alcázar de Madrid, pues la ley era severísima con quien hiciera tal cosa cerca de la morada del Rey: la pena era quedarse sin manos.
Cervantes hirió a su oponente y , afortunadamente fue informado de lo que le podía pasar, porque nuestro gran genio puso tierra por medio antes de que lo cogieran.
La Real Provisión dictada por Felipe II contra él, decía:
«…en Rebeldía contra un Myguel de Çerbantes, absente, sobre Razon de haber dado çiertas heridas en esta corte A Antonio de Sigura, andante en esta corte, sobre lo cual El dicho miguel de Çerbantes, por los dichos nuestros alcaldes fue condenado A que con berguença publica le fuese cortada la mano derecha y en destierro de nuestros Reynos por tiempo de diez años y en otras penas contenidas en la dicha sentencia»
 
Cuando se dictó la provisión, Cervantes ya estaba en Italia donde no tardaría en embarcarse para participar en una batalla, la de Lepanto, en la por poco se nos va al otro barrio. Desde luego, su ángel de la guarda no ganaba para tranquilizantes.