Ya lo decían los antiguos:
«Madrid, nueve meses de invierno y tres de infierno»
Así las cosas, algunos de mis placeres confesables en el tiempo de verano son los que reseño a continuación:
-Una cañita bien tiradita, qué bendición, qué gran invento de esta nación.
-La biblioteca pública, con su airecillo acondicionado, con sus mil y un libros para disfrutar.
-El agua de cebada que todavía preparan en el kiosko de la calle Narváez esquina a Jorge Juan.
-Los autobuses públicos, refrigerados, para ver pasar la vida cotidiana.
-El cine, igualmente fresquito.
-Una terracita en un parque, o en la zona del río, con amigos.
-Los parques al anochecer, a la hora en que empieza el riego automático.
-Las duchas fresquitas cuando llegas a casa a punto de ebullición.
-Ponerme el ventilador y rociarme con un pulverizador de agua, fórmula ideal para coger el sueño en las noches de calima.