Uno de los olores que más me gustan en el invierno madrileño es el de las castañas asadas. Presentes en nuestras calles desde tiempo inmemorial, son un alimento sano y sabroso y ayudan a combatir el frío.
El castaño fue, junto con el Derecho, uno de los grandes regalos que nos trajeron los romanos. La harina de castaña era el alimento básico de muchas zonas rurales hasta que en el siglo XV nos trajimos de América la patata. En siglos pasados era común asar castañas en las brasas que habían quedado después de cocinar, y la costumbre de asarlas en la calle viene de al menos los inicios del siglo XIX. 
Foto: Carlos Osorio.