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La mejor estatua ecuestre del mundo se halla en la Plaza de Oriente, en Madrid. Es la estatua del rey Felipe IV.
El rey quería la mejor estatua que nunca hubiera tenido un monarca, y se la encargó al escultor que mejor podía lograrla: Pietro Tacca. Para saber cómo era el rey, Tacca recibió en su taller de Nápoles unos lienzos de Velázquez y un busto  realizado por Martínez Montañés.
Y para calcular el difícil y arriesgado equilibrio de pesos del caballo (por primera vez en la historia, éste solo apoya dos de las patas) pidió ayuda al sabio Galileo Galilei. Galileo aconsejó hacer la parte trasera en bronce macizo y el resto en hueco.
Aún así, los 5.000 kilos del monumento hubieran terminado cediendo con dos únicos puntos de apoyo; el tercero, bien disimulado, es la cola del caballo.
Una leyenda urbana que corre por Internet supone que los caballos que levantan una o dos patas tienen que ver con reyes que morían en las batallas. Nada que ver con la realidad, de hecho, los monarcas de esta época procuraban no acercarse mucho a las batallas.
Lo que sí podemos destacar de los Austrias es que recuperaron el género de la estatua ecuestre, prácticamente abandonado desde los romanos.
Felipe IV, un hombre apasionado por el arte, dotó a nuestra ciudad de grandes tesoros artísticos, la mayoría de los cuales se hallan en el Museo del Prado.
Se cuenta que el trabajo de crear y fundir en bronce esta maravilla fue tan complejo y extenuante que, en 1640, a poco de cargarla en el barco con rumbo a España, Pietro Tacca falleció.
Foto: Carlos Osorio.